El nacimiento de una nueva disciplina y el
nuevo orden internacional que nace en Versalles
por Ramiro Rodríguez Bausero
Introducción:
una nueva disciplina
Al final la Primera Guerra Mundial surge una nueva
disciplina académica, seguramente motivada por la fuerza de los hechos
profundamente removedores que marcaban el pulso de aquel mundo que ingresaba en
un siglo XX convulsionado y complejo.
Como señala Del Arenal (1981), “las relaciones
internacionales en su génesis como disciplina científica responden
fundamentalmente a la necesidad de aprehensión global de la compleja realidad
internacional”.
En efecto, luego de la Gran Guerra se crean dos instituciones dedicadas al
estudio del fenómeno internacional, el Royal Institute of International Affairs
de Londres, y el Council on Foreign Relations de Nueva York.
El mundo que conocían aquellas instituciones, se ofrecía colmado
de complejidades y particularidades que lo tornaban bien distinto a lo conocido
hasta entonces.
En momentos en que estamos conmemorando los 100 años de la
primera cátedra en Relaciones Internacionales, es oportuno volver la mirada
atrás y repasar cómo se mostraba aquel mundo.
Los avatares
de la guerra
La firma de los tratados de Versalles en
1919 marca el fin de todo un largo siglo XIX marcado por un Concierto Europeo
que se fue deteriorando a medida que nuevos actores políticos aparecían en la
escena europea – e internacional – y comenzaban cada vez más descarnadamente a
competir por territorios, mercados, influencia y poder.
La Gran Guerra (1914-1918) no hizo más que desnudar los
conflictos internos que presentaban los grandes imperios multiétnicos como el Austrohúngaro
y el Otomano, sumado a los intereses siempre presentes de potencias de todas
las horas como Gran Bretaña, Francia y Rusia, y un joven actor que fue clave en
todo el proceso de deterioro de relaciones intereuropeas desde su nacimiento,
el Imperio Alemán.
Precisamente fueron las duras condiciones impuestas a una
derrotada Alemania las que trajeron el germen de buena parte de las calamidades
que testimoniará el mundo en los años y décadas venideras. Alemania es
declarada la gran culpable moral del conflicto, a la cual se le cercena un 10%
de su territorio - incluyendo la devolución de Alsacia y Lorena a Francia,
territorios de gran importancia estratégica y simbólica -, además de la pérdida
de sus tardías posesiones coloniales en África y Oceanía. Asimismo, se le
prohíbe el servicio militar obligatorio, se reduce su ejército y desmilitariza la
región de Renania, además de imponérsele cuantiosas indemnizaciones, que
Alemania no pagará.
Se destaca asimismo la inseguridad de las nuevas fronteras
de Europa Central entre los Estados vencidos y los nuevos Estados que se crean
a partir de la derrota de los grandes imperios referidos. En este sentido, la nueva
realidad cartográfica muestra que los grandes imperios multinacionales dieron paso a nuevos Estados, dentro de
cuyos límites seguirán existiendo problemas de convivencia con las minorías. Se
reconstituye el Estado polaco y se crean Estonia, Letonia, Lituania,
Checoslovaquia, Austria, Hungría y la futura Yugoslavia. En el Imperio Otomano,
la caída del Sultán dio lugar al movimiento liderado por Mustapha Kemal, quien
luego de una guerra por la independencia, proclamó la República de Turquía en
1923.
Esta aplicación incompleta del principio de las
nacionalidades pregonado por el presidente Wilson generó que se crearan
situaciones como la de minorías nacionales encerradas en los límites de otro
Estado, como el caso de los 3 millones alemanes de la zona de los Sudetes en Checoslovaquia,
o un número similar de húngaros fuera de su Estado nacional (en Checoslovaquia,
Serbia y Rumania), o el multicultural nuevo estado yugoslavo que surgía en los
Balcanes.
Por otra parte, la fugaz experiencia de la seguridad
colectiva de la segunda parte de la década del 20, cristalizada en los Acuerdos
de Locarno y en el Pacto Briand-Kellogg no alcanzó para disipar los nubarrones
que la crisis de Wall Street desde el otro lado del Atlántico finalmente llegaron
al viejo continente, contribuyendo a apurar la crisis de la idea democrática
tanto a nivel interno, como a nivel del relacionamiento entre los Estados.
La
revolución rusa: el nacimiento de un Estado que marcaría el paso de todo el
siglo
El año 1917 fue particularmente importante porque, a la vez
de marcar el ingreso de Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, sería el
año de salida del conflicto del Imperio Ruso, debido a la convulsionada
situación interna que derivó en la caída del zar, y en la implantación de un
régimen liderado por los bolcheviques. Luego de unos años de conflicto interno
e internacional se constituiría la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas,
uno de los grandes protagonistas del siglo XX.
Con el nacimiento de este actor surge en las relaciones
internacionales un Estado con signo ideológico inédito y distinto a todo lo
conocido hasta entonces. La influencia de su modelo y el interés de exportar o
replicar la revolución en otras partes del mundo harán que la URSS sea
absolutamente determinante en el devenir de los acontecimientos de las décadas
venideras: desde su participación del lado aliado en la Segunda Guerra Mundial,
y luego de las victorias y avances obtenidos, a la confirmación de su área de
influencia en Europa Oriental, buena parte del mundo colonial, y China. En
efecto, los acontecimientos que a partir de 1985 desencadenarán la caída del
sistema soviético y de la propia Unión Soviética marcan el fin de un siglo XX
que tuvo la misma vida corta que la de esta Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas.
Mapas
diseñados en escritorios europeos
El final de la Primera Guerra también trajo cambios también
en Medio Oriente. La victoria de los aliados permitió la consolidación de lo
oportunamente acordado por Sykes y Picot en 1916 sobre dicha región.
Efectivamente, el acuerdo convenido secretamente entre los referidos negociadores
británico y francés
tenía como objetivo el de delimitar las respectivas zonas de influencias
francobritánicas en gran parte del Imperio Otomano, que luchaba del lado de las
potencias centrales en dicha conflagración.
Por aquel entonces, la contienda había alcanzado o
amenazaba alcanzar zonas estratégicas para los grandes imperios europeos, particularmente
para el británico, como las regiones petroleras del Golfo Pérsico, el canal de Suez,
la ruta a la India, etc. Sumado a esto, el hecho que las huestes del Sultán
otomano se hayan involucrado en el conflicto del lado contrario, motivaron una
serie de acercamientos y acuerdos con los nacientes movimientos nacionalistas
árabes, ubicados desde la península arábiga hasta Siria e Irak, para contribuir
a minar los ya endebles cimientos sobre los que apoyaba el imperio con capital en
Constantinopla.
En este marco, y ante la cierta posibilidad de la derrota
de las potencias centrales, y por ende del desmoronamiento territorial del
Imperio Otomano, los aliados europeos prestamente acordaron delimitar las
esferas de influencia en caso de que el final de aquel imperio finalmente se
produjera.
El acuerdo en cuestión – negociado desde finales de 1915 y
cerrado en mayo de 1916 - repartía una vasta zona delimitada por el mar
Mediterráneo oriental, el Golfo Pérsico, Persia y Anatolia, entre zonas de
control directo para cada una de las dos potencias , y zonas de influencia
adyacentes a las primeras en las que sobrevendría un Estado árabe – o una
Confederación árabe - sólo formalmente independiente, que incluía derechos
prioritarios en materia de prerrogativas empresariales y préstamos para las
empresas francesas y británicas, respectivamente, sobre las locales, así como
el derecho de suministrar funcionarios y consejeros en forma excluyente.
El control directo francés se circunscribiría al territorio
del actual Líbano y la región de Cilicia, en Anatolia meridional, mientras que
su área de influencia abarcaría el norte y centro de Siria – Damasco, Alepo - y
de la actual provincia iraquí de Mosul. Por su parte, Gran Bretaña adquiriría
el derecho a controlar directamente el puerto de Haifa, Kuwait y la Mesopotamia
– incluyendo Basora y Bagdad-, y podría ejercer su influencia en el sur de
Siria, Jordania y Palestina. Asimismo, el acuerdo establecía una zona de
control “internacional” – zona en la que también participaría Rusia -
, en aquella región histórica, que incluía San Juan de Acre y Jerusalén.
Como adelantado, los resultados de los tratados de
Versalles al final de la Gran Guerra endosaron buena parte de lo acordado
secretamente por los referidos negociadores. Fruto de los intereses
contrapuestos entre Francia y Gran Bretaña en la región, fueron necesarias
ulteriores negociaciones que redundaron en la reasignación de los yacimientos
de Mosul por parte de Francia a Gran Bretaña, a cambio de concesiones
petroleras y del otorgamiento del control directo francés no sólo sobre el
litoral mediterráneo de Siria, sino también sobre las regiones interiores de
Alepo, Homs y Damasco, región interior esta que había sido objeto de las
concesiones contradictorias británicas para un futuro Estado árabe.
El devenir del siglo XX mostrará la afectación negativa que
para el mundo colonial en Medio Oriente, resto de Asia, y África, tuvo la
delimitación de fronteras basada simplemente en los intereses foráneos, no
siempre respetando las fronteras naturales de los grupos étnicos o
nacionalidades.
El principio del respeto de las nacionalidades pregonado
por el presidente Wilson – plasmado en varios de sus Catorce Puntos – fue prácticamente
inaplicado en Medio Oriente, a pesar de que muchas de las declaraciones
parecieron así defenderlo. En efecto, además de dividirse las zonas de
influencia ya comentadas, luego formalizadas bajo el recién inaugurado sistema
de Mandatos por la Sociedad de Naciones, quedaron nacionalidades y grupos
étnicos subsumidos en entidades estatales mayores. Sólo la Turquía kemalista de
principios de los años 20 pudo enfrentar los intentos cercenadores de su
territorio nuclear, pudiendo conformar su moderno Estado en toda Anatolia.
Atrás quedaron los intentos de kurdos, armenios y azeríes.
Del mismo modo de lo acontecido en otras geografías –
claramente en África, pero evidente en el resto del continente asiático, en las
islas del Pacífico, y también en la propia América -, los límites de los
Estados de la región del Cercano Oriente responden a una delimitación que no
refleja las verdaderas interacciones, particularidades y pulsiones de las
poblaciones locales, redundando en una condena ab initio al conflicto, a la intromisión de los asuntos de un
Estado en los del otro, y en términos generales, a la superposición de
intereses más allá de las fronteras formales. El actual accionar
transfronterizo de grupos religiosos y partidos políticos, incluyendo a
organizaciones terroristas son indicio de que las soluciones que parecían
beneficiosas en un momento resultaron no serlo tanto a la luz del historial de
conflicto, guerra y subdesarrollo general de la región.
El
impulso de la causa sionista
El fin de la Primera Guerra también dio un espaldarazo a la
causa sionista. En efecto, el filosemitismo del Primer Ministro británico Lloyd
George y de su secretario del Foreign Office, Lord Balfour, permitieron que los
defensores de esa causa lograran la cristalización de un documento fundamental para
la posterior constitución de su Hogar Nacional en Palestina. La llamada
Declaración Balfour de noviembre de 1917, expresa que el gobierno de Su
Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en la referida región de un
Hogar Nacional para el pueblo judío, para lo cual utilizará sus mejores
oficios, en el claro entendido de que nada de lo que se realice perjudicará los
derechos civiles y religiosos de las poblaciones no judías en la zona, y de los
que gozan comunidades judías en cualquier otro país.
La creación del Estado de Israel en 1948, luego de años en
que la situación en la región se iba haciendo cada vez más intolerable para la
potencia mandataria británica, creará otro foco de conflicto adicional en la
zona, donde además de los intereses estrictamente regionales, hubo de sumársele
los de las grandes potencias extra regionales en el contexto del bipolarismo de
la Guerra Fría. Religión, geopolítica, historia y desarrollo se conjugan desde
entonces en un conflicto que parece no tener una final que satisfaga a todos
los involucrados.
En definitiva, este enorme cuerpo jurídico que significaron
los Tratados de Versalles, germen de todo lo ocurrido en los años subsiguientes
en Europa, también selló la suerte de los pueblos del Medio Oriente.
A modo
de reflexiones
La Primera Guerra Mundial significó uno de los grandes
quiebres en la historia de las relaciones internacionales.
Como señala Hobsbawm (2007, 60), se trata de un conflicto
que no resolvió nada, señalando que las expectativas
que había generado de conseguir un mundo pacífico y democrático constituido por
Estados Nacionales bajo el predominio de la Sociedad de Naciones, de retorno a
la economía mundial de 1913, e incluso de que el capitalismo fuera erradicado
en el plazo de unos años por un levantamiento de los oprimidos, se vieron muy
pronto defraudadas.
El conflicto dejó Estados
insatisfechos tanto del lado de los vencidos como del de los vencedores. Por un
lado, Alemania, resentida frente al severo diktat
impuesto y con una permanente ansia revisionista, Austria, Hungría y Bulgaria,
cercenados de sus anteriores territorios, nuevos Estados como Checoslovaquia,
Rumania, Yugoslavia, con importantes minorías extranjeras, una Italia
disconforme con lo obtenido en Versalles, y regímenes internos oscilantes entre
la izquierda y la ultraderecha a lo largo y ancho del continente.
El
ingreso de Estados Unidos a la guerra y su decisiva contribución al triunfo
aliado, marcó una nueva aproximación a las Relaciones Internacionales,
convirtiéndolo en el gran acreedor de Europa. La no aprobación por parte del Congreso
norteamericano del Tratado de creación de la Sociedad de Naciones le privó desde el vamos a esta naciente
Organización de su principal motor, que comenzó a mostrar desde su propio
nacimiento sus fallas y debilidades – como lo demostraron años después la
invasión japonesa a Manchuria, la aventura italiana en Abisinia o los impunes y
tolerados “golpes de fuerza” de Hitler.
El mundo de la primera posguerra deberá enfrentar el
problema de las reparaciones de guerra, la inseguridad de las nuevas fronteras,
la consolidación de la Unión Soviética como gran actor euroasiático – cuya
revolución rompió con lo que quedaba de homogeneidad en el sistema-, el nuevo
mundo colonial que emerge, y en general, la insatisfacción de las potencias.
La disciplina de las Relaciones Internacionales iría
engrosando su objeto de estudio ante una realidad que se iría mostrando cada
vez más compleja, con nuevos actores internacionales, nuevas problemáticas, y
por ende nuevos conflictos.-
His
Majesty's Government view with favour the establishment in Palestine of a
national home for the Jewish people, and will use their best endeavours to
facilitate the achievement of this object, it being clearly understood that
nothing shall be done which may prejudice the civil and religious rights of
existing non-Jewish communities in Palestine, or the rights and political
status enjoyed by Jews in any other country.