sábado, 1 de diciembre de 2007

Crónicas Neoyorkinas


CRÓNICAS NEOYORKINAS

A pesar de los estrictos controles que se practicaban en Ellis Island, el gran hub por donde ingresaban o trataban de ingresar millones de inmigrantes a los  EEUU entre 1880 y 1950, nada obstaculizó a que esta ciudad se convirtiera con el correr de los años en una gran Torre de Babel.
Unas cuantas guerras ganadas - no todas -, sumado a las nuevas oportunidades en una sociedad que se vendía como “‘de libertad y progreso”, son parte de los mitos que ayudaron a que irlandeses, italianos, chinos, judíos y tantos otros extranjeros que entraron por NYC se sintieran cada vez mas parte de esa joven nación.
New York es tal vez el sueño más alto de ese sueño americano. Desde aquella “Nueva Amsterdam” que los holandeses compraron a los indios locales por unas pocas monedas, pasando por la toma por los ingleses y las subsiguientes guerras de Independencia y de Secesión, caminar por esta ciudad es también recorrer toda su historia.
Las irregulares calles del otrora pestilente Lower Manhattan, hoy se pierden entre los rascacielos más grandes de la ciudad y gentes que las recorren camino a la Estatua, a tomar el ferry a Staten Island, o a volver rápidamente a sus oficinas para seguir marcando la pauta de la economía global.

La ciudad fue creciendo hacia el norte, y con el correr de los años la isla de Manhattan fue quedando chica para los inmigrantes que iban llegando por millones, expulsados de sus países de origen por la guerra, el hambre o la desesperanza.
Hoy seguimos regateando con los chinos del Chinatown, comiendo calzoni en Mulberry St., comprando de los mayoristas hindúes y turcos de Broadway y la 30 St., o festejando el santo irlandés Patrick todos los 17 de marzo.
El crecimiento industrial de los EEUU después de la guerra de Secesión, permitió una acumulación de capital tal, que en seguida se reflejo en el entramado urbano de la ciudad: se construyeron sendos puentes para unir la isla con Brooklyn y Queens, se creó el Central Park, y la ciudad empezó a crecer hacia arriba. Así, la opulenta arquitectura de la Escuela Des Beaux Arts, el Gothic revival y el Art Deco, desplegaron sus mejores facetas que todavía hoy vemos en edificios como el Woolworth, el City Hall, el Chrisler, el Empire State, la monumental Grand Central Station, y las catedrales St. Patrick y St. John The Divine.
Pero NYC es más que mirar hacia arriba y dejarse sorprender con las terminaciones de edificios e iglesias; es también mirar al nivel del piso y cruzarse con millones (oclofóbicos abstenerse) de vietnamitas, coreanos, rusos, boricuas, cada uno tan new yorker como el otro. Eso hace que todo se pueda probar acá: la comida kosher, la thai, la griega, la peruana…y también nuestros chivitos y otras especialidades vernáculas en El Chivito De Oro y  la Panadería La Nueva de Queens.

La 5ª Avenida ya nace majestuosa de la Washington Square, epicentro del bohemio y cautivante  Greenwhich Village. A partir de un imponente arco ahora restaurado, y ante los diferentes edificios de la New York University, la  fifth va corriendo uptown en un derrotero que la hará pasear ante los diferentes rostros de la ciudad.
Haciendo gala de esa vocación elegante, hace proa con Broadway a la altura de la 23 St, donde se yergue orgulloso el Flatiron Building, el primer edificio de hormigón armado de la ciudad. Siguiendo su camino hacia el norte, la 5ª avenida se vuelve opulenta; bajo la mirada de la neoclásica New York Public Library, las góticas torres de St Patrick y el Rockefeller Center, las grandes casas de la moda mundial se pelean por mostrar sus mejores y más audaces vidrieras, y en esta época del año, por tener la decoración más elegante y luminosa para la Navidad.
Cuando cae la noche, una estrella gigante suspendida en el aire de la intersección de la 5ª con la 57, enseñorea un espectacular ambiente de muérdagos, roscas, moñas y muchas muchas luces…ya llego la Navidad a New York!
Pasando la 59, y bordeando el  inmenso Central Park, la avenida se vuelve culta, con las imponentes entradas del Metropolitan Museum of Arts, el Guggenheim, entre otros, a tono con las elegantes residencias que conforman el cheto Upper East Side.
Al final de bordear el parque, a la altura de la 110th St, la 5ª cambia su fisonomía. Los majestuosos edificios con coquetas entradas protegidas por techos hasta donde terminan  las veredas, dan paso a edificios más bajos donde habitan el ladrillo y el hierro de las escaleras de incendio: es el Harlem, la clásica zona de los afroamericanos, donde siguen manteniendo sus códigos y tradiciones. A la altura de la 138th, tratamos de elevarnos con los locatarios, en una abarrotada misa de góspel en la Abyssinian Baptist Church, oh yeah!

No hay palabras, sobretodo, no hay adjetivos que alcancen a calificar esta embriagante ciudad; tal vez por eso aquello primitivos indios la denominaron “la isla donde nos emborrachamos”. Luego de 500 años nada hace más honor a esa denominación que esta Manhattan, el centro de la gran ciudad de Nueva York, una ciudad que sigue recreando  su propio mito.

Noviembre 2007