martes, 23 de septiembre de 2014

Crónicas Levantinas



España parece ofrecer la combinación perfecta entre historia, gastronomía y variedad de paisajes, que abre las puertas a diferentes y variadas opciones de ocio. Cataluña y Mallorca no son la excepción, sino que confirman a viva voz ese irresistible equilibrio.

Barcelona se presenta con la escala humana justa; ciudad vivible, disfrutable, caminable. Cada paso que uno transita por la Ciudad Condal recrea cada uno de aquellos ingredientes del mix español. Y su identidad. Una orgullosa identidad que se refleja en un sinnúmero de banderas catalanas colgando en los balcones, y no sólo la señera roja y amarilla, sino la republicana “estelada”, que agregando una estrella blanca en fondo azul rememora simbólicamente las banderas de Cuba y Puerto Rico. 300 años después del sitio, resistencia y toma de la ciudad por Felipe V desde la centralizadora Madrid, la mística se reedita. Son tiempos decisivos en la vida política catalana y española.

La ciudad palpita modernismo y Gaudí. Más allá de los íconos de la Sagrada Familia, la casa Batlló o la Pedrera, sumado al Palau de la Música Catalana – del arquitecto Domenech i Montaner - , el Parque Güell y tantos otros, Barcelona tributa permanente homenaje al arquitecto y constructor y a sus seguidores. En las manzanas ochavadas de la zona del Ensanche – extensión planificada de la planta urbana de 1859 - , en el diseño de los faroles y postes de luz, y en las tantas obras que se pueden admirar recorriendo la ciudad. El elegante Passeig de Gràcia, es el eje donde se encuentran muchos de los edificios más emblemáticos y es el gran escaparate para las grandes marcas de la moda y el diseño, que discurre desde la Avenida Diagonal, y luego de atravesar la densamente arbolada Gran Vía de les Cortes Catalanes arriba a la Plaça de Catalunya, el gran nodo de Barcelona, desde donde la Avenida peatonal del Portal del Angel nos va introduciendo paulatinamente en la historia una vez más.   

Porque la capital catalana también muestra orgullosa su ciutat vella, el corazón de la ciudad medieval, que abarca el núcleo fundacional de la Barcino romana, con la extensión que vivió la ciudad gracias al impulso del comercio y su gravitación política, cuando la corona de Aragón se enseñoreaba por el Levante español. Caminado por el Barrio Gótico, la Ribera, el Born, uno se encuentra con la Seu, la Catedral de Barcelona, la Plaza Real, la Iglesia de Santa María del Mar, el Palacio de la Generalitat, y un sinfín de murallas, calles tortuosas, fuentes, pero también bares de tapas, galerías de arte, tiendas, y un constante aluvión de turistas.

Siguiendo el desnivel natural del terreno que discurre hacia el mar, la Rambla es el paseo por excelencia de la ciudad turística. Esta gran avenida prácticamente peatonal, que tiene varios nombres a través de su recorrido – de Canaletes, dels Estudis, de Sant Josep, dels Caputxins, de Santa Mónica -, adquiere una energía particular desde Plaça de Catalunya, entre el mercado de la Boquería, el Teatro del Liceu, y miles de personas entre puestos de flores, restaurantes y tiendas, hasta culminar en la gran columna que tiene a Cristóbal Colón en su parte superior, apuntando hacia América y contemplando el Puerto Viejo, hoy convertido en un espléndido paseo de marítimo flanqueado por cientos de yates, centros comerciales y bares. Barcelona volvió su mirada al mar, si es que alguna vez le había dado la espalda.

Varias elevaciones rodean y son testigos del crecimiento de la ciudad. El Montjuic alberga los puntos más importantes de la historia, el arte, el ocio  y el deporte de la ciudad: el castillo de Montjuic que estoicamente resistió el asedio de 1714, el Museo Nacional de Arte de Cataluña, imponente pabellón de la Exposición Universal de 1929, que hoy alberga una de las máximas colecciones de arte románico del mundo, la Fundación Joan Miró, el Estadio Olímpico, epicentro de los Juegos Olímpicos de 1992 y dos teleféricos que permiten admirar la ciudad sitiada por la montaña y el mar.

Una densa xarxa de eficiente transporte público que incluye metro, buses, funiculares y tranvías permiten recorrer la ciudad cómodamente y sin posibilidad de perderse; es la gran alternativa para estar más en contacto con los catalanes y poder descubrir sus zonas más auténticas como el barrio de Gràcia y el de Sants, en el entorno de la estación de trenes. 

Saliendo de Barcelona en dirección NE hacia los llamados Países Catalanes hicimos parada en Gerona, donde nos admiramos de su ciudad vieja amurallada y de su barrio judío – el call – a orillas del Oñar. Luego de comprar turrones en el Carrer de la Força seguimos viaje y cruzamos la frontera francesa – frontera que sólo existe en el mapa – y llegamos al Rosellón, donde los balnearios y pueblos costeros de Argelès sur mer, Port Vandres, Collioure, Cerbère y tantos otros, balconean plácidamente el Mediterráneo a través de la serpenteante ruta del vino. A través de ese camino de cornisa donde los Pirineos se sumergen suavemente en el mar en el cabo Creus retornamos a España y recalamos en Cadaques.

Lugar de adopción de Dalí y Picasso, este maravilloso pueblo blanco de pescadores está prácticamente aislado por las elevaciones del cabo, donde sus calles irregulares y angostas bajan empedradas hacia la playa, el puerto y el paseo marítimo. La iglesia de Santa María, el antiguo Casino y el faro a la entrada de la bahía conviven con las terrazas de los bares y los cafés que miran al mar. 

Por su posición estratégica privilegiada, las Islas Baleares fueron permanente objeto de conquista de romanos, bizantinos y musulmanes, hasta que Jaime I – no sin razón llamado El Conquistador – al mando de las tropas catalano-aragonesas redujo Mallorca en 1229. El casco antiguo de Palma recoge toda esa larga historia, al resguardo de la imponente Catedral gótica que, construida sobre el lugar de la antigua mezquita, se asoma al mar sobre las murallas romanas y medievales que protegían la ciudad. Este templo cobija el mayor rosetón gótico del mundo.

La isla está rodeada de calas, puertos deportivos, playas y ensenadas, que permiten explicar elocuentemente las razones por las que Mallorca es uno de los destinos preferidos del turismo europeo.

Dejando atrás la capital balear, olivares, casa de piedra y marges o muros de bancal – realizados de piedra seca sin argamasa, que marcan lindes o crean terrazas de cultivo-, nos van indicando el camino a Valldemossa, encantador pueblito de la sierra de Tramontana, que fue el “lugar en el mundo” de Chopin y George Sand.  Descendiendo por las sinuosas laderas llegamos nuevamente al mar que nos deja infinitas postales: Andratx, Camp de Mar, Es Llamp, Portals, Magaluf, Marivent, hasta que el perfil gótico de la catedral de Palma nos advierte que ya estamos en casa. 

Todos los sentidos se conjugan: los colores del mar y el cielo contrastando con los ocres de las piedras de las casas y el verde de los montes; el olor de los pinos mecidos por el aire de la sierra, y entre mariscos, pa amb oli – pan con aceite -, ensaimadas y cocas de patatas, tumbet, y las omnipresentes tapas, el mix español se conjuga en su máxima expresión.  

Una vez más volvemos a casa con la mente llena de recuerdos y sensaciones, complacidos de haber recreado una vez más todos los sentidos en este formidable país. No caben dudas, a la hora de elegir… ¡España por favor!

                                                                                     

 

 

Setiembre 2014

1 comentario:

  1. Felicitaciones, El Caminante. Tus relatos nos llevan a recorrer tus caminos. Gracias!

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