España parece
ofrecer la combinación perfecta entre historia, gastronomía y variedad de
paisajes, que abre las puertas a diferentes y variadas opciones de ocio.
Cataluña y Mallorca no son la excepción, sino que confirman a viva voz ese
irresistible equilibrio.
Barcelona se
presenta con la escala humana justa; ciudad vivible, disfrutable, caminable.
Cada paso que uno transita por la Ciudad Condal recrea cada uno de aquellos
ingredientes del mix español. Y su identidad. Una orgullosa identidad que se
refleja en un sinnúmero de banderas catalanas colgando en los balcones, y no
sólo la señera roja y amarilla, sino la republicana “estelada”, que agregando
una estrella blanca en fondo azul rememora simbólicamente las banderas de Cuba
y Puerto Rico. 300 años después del sitio, resistencia y toma de la ciudad por
Felipe V desde la centralizadora Madrid, la mística se reedita. Son tiempos
decisivos en la vida política catalana y española.
La ciudad
palpita modernismo y Gaudí. Más allá de los íconos de la Sagrada Familia, la
casa Batlló o la Pedrera, sumado al Palau de la Música Catalana – del
arquitecto Domenech i Montaner - , el Parque Güell y tantos otros, Barcelona
tributa permanente homenaje al arquitecto y constructor y a sus seguidores. En
las manzanas ochavadas de la zona del Ensanche – extensión planificada de la
planta urbana de 1859 - , en el diseño de los faroles y postes de luz, y en las
tantas obras que se pueden admirar recorriendo la ciudad. El elegante Passeig de Gràcia, es el eje donde se
encuentran muchos de los edificios más emblemáticos y es el gran escaparate
para las grandes marcas de la moda y el diseño, que discurre desde la Avenida
Diagonal, y luego de atravesar la densamente arbolada Gran Vía de les Cortes Catalanes arriba a la Plaça de Catalunya, el gran nodo de Barcelona, desde donde la
Avenida peatonal del Portal del Angel nos va introduciendo paulatinamente en la
historia una vez más.
Porque la
capital catalana también muestra orgullosa su ciutat vella, el corazón de la ciudad medieval, que abarca el
núcleo fundacional de la Barcino romana, con la extensión que vivió la ciudad
gracias al impulso del comercio y su gravitación política, cuando la corona de
Aragón se enseñoreaba por el Levante español. Caminado por el Barrio Gótico, la
Ribera, el Born, uno se encuentra con la
Seu, la Catedral de Barcelona, la
Plaza Real, la Iglesia de Santa María del Mar, el Palacio de la Generalitat, y
un sinfín de murallas, calles tortuosas, fuentes, pero también bares de tapas,
galerías de arte, tiendas, y un constante aluvión de turistas.
Siguiendo el
desnivel natural del terreno que discurre hacia el mar, la Rambla es el paseo
por excelencia de la ciudad turística. Esta gran avenida prácticamente
peatonal, que tiene varios nombres a través de su recorrido – de Canaletes,
dels Estudis, de Sant Josep, dels Caputxins, de Santa Mónica -, adquiere una
energía particular desde Plaça de Catalunya, entre el mercado de la Boquería,
el Teatro del Liceu, y miles de personas entre puestos de flores, restaurantes
y tiendas, hasta culminar en la gran columna que tiene a Cristóbal Colón en su
parte superior, apuntando hacia América y contemplando el Puerto Viejo, hoy
convertido en un espléndido paseo de marítimo flanqueado por cientos de yates,
centros comerciales y bares. Barcelona volvió su mirada al mar, si es que
alguna vez le había dado la espalda.
Varias
elevaciones rodean y son testigos del crecimiento de la ciudad. El Montjuic
alberga los puntos más importantes de la historia, el arte, el ocio y el deporte de la ciudad: el castillo de
Montjuic que estoicamente resistió el asedio de 1714, el Museo Nacional de Arte
de Cataluña, imponente pabellón de la Exposición Universal de 1929, que hoy
alberga una de las máximas colecciones de arte románico del mundo, la Fundación
Joan Miró, el Estadio Olímpico, epicentro de los Juegos Olímpicos de 1992 y dos
teleféricos que permiten admirar la ciudad sitiada por la montaña y el mar.
Una densa xarxa de eficiente transporte público
que incluye metro, buses, funiculares y tranvías permiten recorrer la ciudad
cómodamente y sin posibilidad de perderse; es la gran alternativa para estar
más en contacto con los catalanes y poder descubrir sus zonas más auténticas
como el barrio de Gràcia y el de Sants, en el entorno de la estación de trenes.
Saliendo de
Barcelona en dirección NE hacia los llamados Países Catalanes hicimos parada en
Gerona, donde nos admiramos de su ciudad vieja amurallada y de su barrio judío –
el call – a orillas del Oñar. Luego de comprar turrones en el Carrer de la
Força seguimos viaje y cruzamos la frontera francesa – frontera que sólo existe
en el mapa – y llegamos al Rosellón, donde los balnearios y pueblos costeros de
Argelès sur mer, Port Vandres, Collioure, Cerbère y tantos otros, balconean plácidamente
el Mediterráneo a través de la serpenteante ruta del vino. A través de ese
camino de cornisa donde los Pirineos se sumergen suavemente en el mar en el
cabo Creus retornamos a España y recalamos en Cadaques.
Lugar de
adopción de Dalí y Picasso, este maravilloso pueblo blanco de pescadores está
prácticamente aislado por las elevaciones del cabo, donde sus calles
irregulares y angostas bajan empedradas hacia la playa, el puerto y el paseo
marítimo. La iglesia de Santa María, el antiguo Casino y el faro a la entrada
de la bahía conviven con las terrazas de los bares y los cafés que miran al
mar.
Por su
posición estratégica privilegiada, las Islas Baleares fueron permanente objeto
de conquista de romanos, bizantinos y musulmanes, hasta que Jaime I – no sin
razón llamado El Conquistador – al mando de las tropas catalano-aragonesas
redujo Mallorca en 1229. El casco antiguo de Palma recoge toda esa larga
historia, al resguardo de la imponente Catedral gótica que, construida sobre el
lugar de la antigua mezquita, se asoma al mar sobre las murallas romanas y
medievales que protegían la ciudad. Este templo cobija el mayor rosetón gótico
del mundo.
La isla está
rodeada de calas, puertos deportivos, playas y ensenadas, que permiten explicar
elocuentemente las razones por las que Mallorca es uno de los destinos
preferidos del turismo europeo.
Dejando atrás
la capital balear, olivares, casa de piedra y marges o muros de bancal – realizados de piedra seca sin argamasa, que
marcan lindes o crean terrazas de cultivo-, nos van indicando el camino a Valldemossa,
encantador pueblito de la sierra de Tramontana, que fue el “lugar en el mundo”
de Chopin y George Sand. Descendiendo
por las sinuosas laderas llegamos nuevamente al mar que nos deja infinitas
postales: Andratx, Camp de Mar, Es Llamp, Portals, Magaluf, Marivent, hasta que
el perfil gótico de la catedral de Palma nos advierte que ya estamos en
casa.
Todos los
sentidos se conjugan: los colores del mar y el cielo contrastando con los ocres
de las piedras de las casas y el verde de los montes; el olor de los pinos
mecidos por el aire de la sierra, y entre mariscos, pa amb oli – pan con aceite -, ensaimadas y cocas de patatas, tumbet, y las omnipresentes tapas, el mix
español se conjuga en su máxima expresión.
Una vez más
volvemos a casa con la mente llena de recuerdos y sensaciones, complacidos de
haber recreado una vez más todos los sentidos en este formidable país. No caben
dudas, a la hora de elegir… ¡España por favor!
Setiembre
2014
Felicitaciones, El Caminante. Tus relatos nos llevan a recorrer tus caminos. Gracias!
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