Como dicen Los del Río, Sevilla tiene un color especial. Pero no solo el sentido de la vista nos despierta la capital de Andalucía. Es el color del atardecer sobre el Guadalquivir dando paso a la luna lorquiana, recortando las siluetas de la Catedral , la tercera del mundo, su Giralda, las murallas del viejo Alcázar, las torres de la Plaza de España, y las multicolores cúpulas de las iglesias. Es el olor de los azahares de los naranjos alineados en las tortuosas calles de la vieja Hispalis, apretados por el calor meridional. Es el ruido alborotado de la noche sevillana que nos acodó entre tascas y bares al son de sevillanas. El gusto, todo nuestro, el de bucear entre gambas, salmorejos, gazpachos, manzanillas y pescaítos. La consigna es perderse. Primero, por su calles acaracoladas desde la Catedral , tomando hacia el barrio de la Judería , el de Santa Cruz, y de ahí dejarse llevar por las señas de los naranjos hasta las plazas Nueva, la de Encarnación, la plaza de la Mastran...
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